Estar en el mundo resulta a simple vista algo fácil de hacer,
sólo debemos despertarnos por la mañana y casi sin salir de la cama
y con un poco de conciencia... op! Ya estamos con el mundo, ya nos
encontramos en él...
Sin embargo, si esto
fuera simplemente así, no nos ocasionaría ninguna dificultad, no
nos traería problemas relacionarnos con él. Pero parece que para
podernos relacionar con el mundo de forma satisfactoria hubiera que
saber manejar una serie de herramientas personales. Podríamos decir
que relacionarse es interaccionar con el entorno, y como resultado de
ello se obtienen tanto modificaciones en la conducta como en el
propio entorno. Al relacionarnos con el mundo entran en juego al menos dos
factores irreductibles. A saber: yo y el mundo... Algunos dirían
“¡eh! El mundo y yo”... “yo” va primero porque considero más
difícil conocerse que conocer, entenderse que entender, manejarse
que manejar. Y porque además este conocimiento resulta casi
imprescindible a la hora de conocer todo lo demás; depende de lo
profundo que sea, así será nuestro conocimiento de lo otro. Para que nuestra relación
con el mundo, con lo otro que no es yo, sea satisfactoria resulta
evidente para todos que debemos conocer ese “otro”: qué es, cómo
es, cómo se comporta, dónde y por qué. Quizás no sea tan evidente
a veces en el día a día que tan importante es conocer lo ajeno como
lo propio. ¡Una de las consignas más famosas de la filosofía es
“conócete a ti mismo”!Muchas veces nos perdemos en el mundo
con facilidad pasmosa, nos dejamos ir, desconectamos de nosotros
mismos... no sabemos dónde se quedan nuestros sentimientos, nuestros
pensamientos y nuestra conciencia... Es tan grande la atracción y la
atención que pide esta sociedad posmoderna a lo que hacemos, a lo
que hay fuera, que nos perdemos, perdemos la conciencia interior. El
mundo nos atrae, nos pide una respuesta, nos la exige. Nos
despertamos, pero todo gira a gran velocidad: hemos de trabajar,
resolver problemas, atender mil llamadas, contestar mails,
comunicarnos, atender a los niños, trabajar más y más... Y cuando
llegamos a casa enchufamos la televisión con el ánimo de
desconectar, pero desconectar ¿de qué?, ¿de nosotros?, ¿de lo
otro?Quizás esta pérdida de
conciencia, este aletargamiento quasi infinito sea algo a lo que haya
que atender. Pues sin conciencia, la identidad parece diluirse y todo
deviene alteridad, todo resulta extraño, ajeno... Perdiéndose de
vista así, ¿dónde queda el espacio de la razón común, de lo
compartido?, ¿no comenzamos a perder el espacio de comunicación?
Nos comunicamos más, es cierto. Pero... ¿nos comunicamos mejor?,
Preferís... ¿cantidad o calidad?Para
Husserl, los significados compartidos en la interacción con lo otro,
con el mundo, son constitutivos del sentido común. ¿Dejamos lugar
hoy para el sentido común?, ¿o ya no nos importa ese espacio común,
y abogamos por el solipsismo, por el quasi-autismo patológico en el
que sólo importo yo? Parece que con este comportamiento estamos
destruyendo el “yo”, pero por otro lado, parece que fuera lo que
más nos importa... ¿no es esto una incongruencia? Autores
como Hegel, que tomaba la idea del otro como parte del
autoconocimiento, o como Lacan, que vinculaba al otro con el orden
simbólico y el lenguaje, son algunos ejemplos de tantos y tantos
filósofos que han pretendido esclarecer el tema de la relación con
el mundo. Husserl pensaba que la cognición
compartida y el consenso eran esenciales en la formación de ideas y
relaciones. Sartre hablaba de lo que él llamó el
“ser-para-el-otro”, de las relaciones de conflicto con el otro
como lucha de libertades en “El ser y la nada”. Explicaba que
necesitamos al otro para conformar nuestra propia identidad, porque
decía que la mirada del otro nos objetiva. Pero, ¿no será que
hemos llevado esta idea al extremo y nos hemos convertido en objetos,
perdiendo así lo propio, volviéndonos cada vez más ajenos a
nosotros mismos?, ¿qué nos pasa?, ¿no queremos tener el gusto de
conocernos?, ¿encontramos solamente placer en el voyeurismo del
otro?He
vivido muchas veces la alteridad... He tenido la oportunidad de verla
disfrazada de muchas formas. Cuando no he encontrado la fortaleza de
explicar mi criterio y me he amoldado al del resto, cuando no he
sabido explicar lo que sentía o necesitaba, cuando ni siquiera he
sido consciente de lo que estaba sintiendo, cuando me he perdido en
las necesidades del otro y he desatendido las mías, cuando me he
transformado sin quererlo en algo con lo que no estaba de acuerdo...A mi
asombro, he descubierto que este tipo de locura es común en el ser
humano actual, muchas personas me han contado que les sucedía lo
mismo, he visto otras tantas igual de dormidas ante sí mismas, igual
de alienadas...Ni
sólo yo, porque caigo en el completo solipsismo, en el embargante
autismo sentimental, ni sólo el otro, porque me convierto en nada y
desaparezco, me pierdo... ¿no sería más adecuado para todos aquí
buscar el justo medio aristotélico?
Husserl
proponía algo a lo que llamaba intersubjetividad. No pretendía el
solipsismo ni la conciencia de la objetividad más absoluta, era
conciente de las diferentes realidades, de las diferentes visiones,
de la diferencia entre sujetos. Sin embargo, decidió ver en esta
diferencia algo enriquecedor. Aquellos “acuerdos” a los que llego
con el otro para poder relacionarnos se convierten entonces en la
hermosura de aquello tácito compartido. Necesito al otro para
conformar mi identidad, como explicaba Sartre, pero no puedo por ello
diluirme, pues el otro también me necesita para poder conformar la
suya propia. Para ello son necesarias muchas herramientas personales,
como apuntaba al principio, es necesario el diálogo, saber hablar
(sin chillar, sin susurrar...), saber razonar y compartir lo que se
razona, saber aceptar, manejar los enfados, interpretar, relajarse,
conocer los valores propios y los ajenos, saber pedir, saber dar,
saber recibir y respetar...No es
fácil relacionarse con el mundo de forma satisfactoria, pero siempre
resulta un universo hermoso por descubrir .“No es prudente ir camuflado, ni por
estar junto a ti, ni para ir a ningún lado... preferiría con el
tiempo, reconocerme sin rubor...”Reconocerse
a sí mismo, es una mezcla de conocimiento y de aceptación, es
volverse a conocer desde una perspectiva diferente, es reencontrarse,
es saberse, es comprenderse, es comenzar a entender y a aceptar lo
otro... Reconocerse posibilita darse al otro mejor.
Tener
una conciencia plena de sí mismo en todo momento que no se deja
aparcada ni de lado jamás, sino que, muy al contrario, se tiene
presente en cada momento es una gran herramienta que nos permite
entregarnos por entero al otro, que nos convierte en un regalo para
el mundo.
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