“Cuando sepas de mí, tú disimula. No les cuentes que me conociste, ni
que estuvimos juntos, no les expliques lo que yo fui para ti, ni lo que
habríamos sido de no ser por los dos. Primero, porque jamás te
creerían. Pensarán que exageras, que se te fue la mano con la
medicación, que nada ni nadie pudo haber sido tan verdad ni tan cierto.
Te tomarán por loca, se reirán de tu pena y te empujarán a seguir, que
es la forma que tienen los demás de hacernos olvidar.
Cuando sepas de mí, tú calla y sonríe, jamás preguntes qué tal. Si me
fue mal, ya se ocuparán de que te llegue. Y con todo lujo de detalles.
Ya verás. Poco a poco, irán naufragando restos de mi historia contra la
orilla de tu nueva vida, pedazos de recuerdos varados en la única playa
del mundo sobre la que ya nunca más saldrá el sol. Y si me fue bien,
tampoco tardarás mucho en enterarte, no te preocupes. Intentarán
ensombrecer tu alegría echando mis supuestos éxitos como alcohol para
tus heridas, y no dudarán en arrojártelo a quemarropa. Pero de nuevo te
vendrá todo como a destiempo, inconexo y mal.
Qué sabrán ellos de tu alegría. Yo, que la he tenido entre mis manos y
que la pude tutear como quien tutea a la felicidad, quizás. Pero ellos…
nah.
A lo que iba.
Nadie puede imaginar lo que sentirás cuando sepas de mí. Nadie puede
ni debe, hazme caso. Sentirás el dolor de esa ecuación que creímos
resuelta, por ser incapaz de despejarla hasta el final. Sentirás el
incordio de esa pregunta que jamás supo cerrar su signo de
interrogación. Sentirás un qué hubiera pasado si. Y sobre todo, sentirás
que algo entre nosotros continuó creciendo incluso cuando nos
separamos. Un algo tan grande como el vacío que dejamos al volver a ser
dos. Un algo tan pequeño como el espacio que un sí le acaba siempre
cediendo a un no.
Pero tú aguanta. Resiste. Hazte el favor. Háznoslo a los dos. Que no
se te note. Que nadie descubra esos ojos tuyos subrayados con agua y
sal.
Eso sí, cuando sepas de mí, intenta no dar portazo a mis recuerdos.
Piensa que llevarán días, meses o puede que incluso años vagando y
mendigando por ahí, abrazándose a cualquier excusa para poder
pronunciarse, a la espera de que alguien los acogiese, los escuchase y
les diese calor. Son aquellos recuerdos que fabricamos juntos, con las
mismas manos con las que construimos un futuro que jamás fue, son esas
anécdotas estúpidas que sólo nos hacen gracia a ti y a mí, escritas en
un idioma que ya nadie practica, otra lengua muerta a manos de un
paladar exquisito.
Dales cobijo. Préstales algo, cualquier cosa, aunque sólo sea tu atención.
Porque si algún día sabes de mí, eso significará muchas cosas. La
primera, que por mucho que lo intenté, no me pude ir tan lejos de ti
como yo quería. La segunda, que por mucho que lo deseaste, tú tampoco
pudiste quedarte tan cerca de donde alguna vez fuimos feliz. Sí, feliz.
La tercera, que tu mundo y el mío siguen con pronóstico estable dentro
de la gravedad. Y la cuarta, -por hacer la lista finita-, que cualquier
resta es en realidad una suma disfrazada de cero, una vuelta a cualquier
sitio menos al lugar del que se partió.
Nada de todo esto debería turbar ni alterar tu existencia el día que
sepas de mí. Nada de todo esto debería dejarte mal. Piensa que tú y yo
pudimos con todo. Piensa que todo se pudo y todo se tuvo, hasta el
final.
A partir de ahora, tú tranquila, que yo estaré bien. Me conformo con
que algún día sepas de mí, me conformo con que alguien vuelva a morderte
de alegría, me basta con saber que algún día mi nombre volverá a rozar
tus oídos y a entornar tus labios. Esos que ahora abres ante cualquiera
que cuente cosas sobre mí.
Por eso, cuando sepas de mí, no seas tonta y disimula.
Haz ver que me olvidas.
Y me acabarás olvidando.
De verdad.”
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