Es curioso que aquello que consideramos el estado más sublime de la
condición humana sea, rigurosamente, una carencia. Porque de eso se
trata el amor; el amor es ausencia.
Amor y deseo son un mismo camino para el mismo sentimiento, no se excluyen, como suelen postular algunos, sino que se complementan en un todo indivisible.
Ahora bien, para desear algo, digamos una mujer o un nuevo canario, es preciso carecer de ambos, ya que deseamos sólo aquello que no poseemos.
(Aquí, un anciano se pone de pie con cierta dificultad, y dice:)
_No mienta, infeliz. Yo he deseado a más de una mujer estando casado, y he deseado también un canario nuevo teniendo ya uno en la jaula.
_Muy sabias palabras, amigo geronte. Pero ha formulado mal su observación, incurriendo en un evidente oximoron.
(Varias personas intentan persuadir al anciano que oximoron no es un insulto, sino una figura literaria).
_Usted asegura haber deseado a una mujer mientras estaba casado, pero esto no anula mi tesis, sino más bien la afirma. Véa, usted deseaba una mujer que no poseía, es decir, deseaba lo que no tiene. Lo mismo pasa con su canario, deseaba uno que no poseía. Ya lo decía Sócrates durante el Banquete, refiriéndose a cuestiones un tanto más profundas, pero análogas a la problemática del canario: “quien desea algo es porque carece de ello”.
En este punto una vieja pide la palabra.
_Mire, joven; pienso que se equivoca. Yo misma, cuando era joven y saludable, deseaba intensamente ser joven y saludable; es decir, deseaba lo que ya poseía.
_Muy aguda reflexión, querida señora, pero lamento decirle que incurre usted en un error típico. Vuelvo a citar a Sócrates, o a eso que Platón imaginaba como Sócrates: “Pero cuando alguien nos diga: Yo, que estoy sano, quisiera también estar sano, y siendo rico quisiera también ser rico, deseo aquello que ya poseo, le diríamos: Lo que quieres realmente es la cualidad de las cosas que hoy posees, deseas la continuidad de esas cosas que tienes en el futuro, no en el presente. Examina, pues, si cuando dices “deseo lo que ya tengo”, no quieres decir en realidad. “deseo en el futuro lo que poseo en la actualidad”. Luego, Sócrates, con su inabarcable dialéctica, llega a probar que Afrodita, la diosa del amor, alcanza su rango precisamente por ser el único ser en el universo que carece de amor, ya que amor es lo que desea.
El Amor y el Deseo son carencia, queridos y pacientes abuelos. Amamos aquello que no tenemos, y suponiendo que el objeto de ese amor se nos haga accesible, lo seguiremos amando sólo mientras exista la posibilidad de perderlo. El amor muere cuando se transforma en seguridad, y se hace bellamente insoportable cuando permanece en la incertidumbre.
Muchas veces se ha dicho que el amor nos completa, que sin él no podríamos acceder a las delicias de la inmortalidad; pero una vez más lamento decepcionarlos, piadosos oyentes; ya que el amor es infinitamente más sutil que nuestras áridas reflexiones, y su naturaleza es tan intrincada, que para reducirla a términos cognocibles habría que hablar del amor como una falta, un hueco, una ausencia, o cualquier otra metáfora cóncava que ustedes puedan imaginar.
Ahora bien, ¿qué sucede cuándo ya estamos enamorados? ¿Acaso dejamos de desear aquello que poseemos, como bien sostiene nuestro anterior postulado? No, todo lo contrario. El concepto de deseo asociado al amor debería tener una palabra que la distinga de otros deseos, acaso más prosaicos. No es posible que debamos utilizar la palabra deseo en dos oraciones tan disímiles:
Te deseo, mi amor.
Deseo una grande de anchoas.
No, nuestra lengua debería incluir un concepto de deseo exclusivo para el amor.
Desear algo es una intención de pertenencia. El que desea quiere poseer, y el que ama necesita compartir. El enamorado no quiere poseer el cuerpo amado, sino comer y beber de él, ofreciéndose él mismo como comida y bebida. Los enamorados no desean nada, ya que nada poseen del otro. La naturaleza del amor es compartir, tanto el lecho como las pequeñas e incongruentes realidades cotidianas; el amante no desea, ya que él mismo es también el otro.
Claro que no todos los hombres somos iguales, y estoy convencido que nuestra capacidad de amar es proporcional a nuestra imaginación. Quien mida su vida y la de otros con la vara del materialismo, encontrará un amor acorde a sus perspectivas; y quien esté abierto a las infinitas posibilidades del destino, encontrará, tarde o temprano, un amor inmortal. Traduzco este difícil y oscuro pasaje: un imbécil puede amar, el canalla no.
Amor y deseo son un mismo camino para el mismo sentimiento, no se excluyen, como suelen postular algunos, sino que se complementan en un todo indivisible.
Ahora bien, para desear algo, digamos una mujer o un nuevo canario, es preciso carecer de ambos, ya que deseamos sólo aquello que no poseemos.
(Aquí, un anciano se pone de pie con cierta dificultad, y dice:)
_No mienta, infeliz. Yo he deseado a más de una mujer estando casado, y he deseado también un canario nuevo teniendo ya uno en la jaula.
_Muy sabias palabras, amigo geronte. Pero ha formulado mal su observación, incurriendo en un evidente oximoron.
(Varias personas intentan persuadir al anciano que oximoron no es un insulto, sino una figura literaria).
_Usted asegura haber deseado a una mujer mientras estaba casado, pero esto no anula mi tesis, sino más bien la afirma. Véa, usted deseaba una mujer que no poseía, es decir, deseaba lo que no tiene. Lo mismo pasa con su canario, deseaba uno que no poseía. Ya lo decía Sócrates durante el Banquete, refiriéndose a cuestiones un tanto más profundas, pero análogas a la problemática del canario: “quien desea algo es porque carece de ello”.
En este punto una vieja pide la palabra.
_Mire, joven; pienso que se equivoca. Yo misma, cuando era joven y saludable, deseaba intensamente ser joven y saludable; es decir, deseaba lo que ya poseía.
_Muy aguda reflexión, querida señora, pero lamento decirle que incurre usted en un error típico. Vuelvo a citar a Sócrates, o a eso que Platón imaginaba como Sócrates: “Pero cuando alguien nos diga: Yo, que estoy sano, quisiera también estar sano, y siendo rico quisiera también ser rico, deseo aquello que ya poseo, le diríamos: Lo que quieres realmente es la cualidad de las cosas que hoy posees, deseas la continuidad de esas cosas que tienes en el futuro, no en el presente. Examina, pues, si cuando dices “deseo lo que ya tengo”, no quieres decir en realidad. “deseo en el futuro lo que poseo en la actualidad”. Luego, Sócrates, con su inabarcable dialéctica, llega a probar que Afrodita, la diosa del amor, alcanza su rango precisamente por ser el único ser en el universo que carece de amor, ya que amor es lo que desea.
El Amor y el Deseo son carencia, queridos y pacientes abuelos. Amamos aquello que no tenemos, y suponiendo que el objeto de ese amor se nos haga accesible, lo seguiremos amando sólo mientras exista la posibilidad de perderlo. El amor muere cuando se transforma en seguridad, y se hace bellamente insoportable cuando permanece en la incertidumbre.
Muchas veces se ha dicho que el amor nos completa, que sin él no podríamos acceder a las delicias de la inmortalidad; pero una vez más lamento decepcionarlos, piadosos oyentes; ya que el amor es infinitamente más sutil que nuestras áridas reflexiones, y su naturaleza es tan intrincada, que para reducirla a términos cognocibles habría que hablar del amor como una falta, un hueco, una ausencia, o cualquier otra metáfora cóncava que ustedes puedan imaginar.
Ahora bien, ¿qué sucede cuándo ya estamos enamorados? ¿Acaso dejamos de desear aquello que poseemos, como bien sostiene nuestro anterior postulado? No, todo lo contrario. El concepto de deseo asociado al amor debería tener una palabra que la distinga de otros deseos, acaso más prosaicos. No es posible que debamos utilizar la palabra deseo en dos oraciones tan disímiles:
Te deseo, mi amor.
Deseo una grande de anchoas.
No, nuestra lengua debería incluir un concepto de deseo exclusivo para el amor.
Desear algo es una intención de pertenencia. El que desea quiere poseer, y el que ama necesita compartir. El enamorado no quiere poseer el cuerpo amado, sino comer y beber de él, ofreciéndose él mismo como comida y bebida. Los enamorados no desean nada, ya que nada poseen del otro. La naturaleza del amor es compartir, tanto el lecho como las pequeñas e incongruentes realidades cotidianas; el amante no desea, ya que él mismo es también el otro.
Claro que no todos los hombres somos iguales, y estoy convencido que nuestra capacidad de amar es proporcional a nuestra imaginación. Quien mida su vida y la de otros con la vara del materialismo, encontrará un amor acorde a sus perspectivas; y quien esté abierto a las infinitas posibilidades del destino, encontrará, tarde o temprano, un amor inmortal. Traduzco este difícil y oscuro pasaje: un imbécil puede amar, el canalla no.
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