H.W.: `Estar completo solo´: sólo un hombre puede creer eso…
J-A.M.:
¡Bien dicho! Amar, decía Lacan es dar lo que no se tiene. Lo que quiere
decir: amar es reconocer su falta y darla al otro, ubicarla en el otro.
No es dar lo que se posee, bienes, regalos. Es dar algo que no se
posee, que va más allá de sí mismo. Para eso, hay que asumir su falta,
su `castración´, como decía Freud. Y esto, es esencialmente femenino.
Sólo se ama verdaderamente a partir de una posición femenina. Amar
feminiza. Por eso el amor es siempre un poco cómico en un hombre. Pero
si se deja intimidar por el ridículo, es que en realidad, no está muy
seguro de su virilidad.
H.W.: ¿Sería más difícil amar para los hombres?
J-A.M.:
¡Oh sí! Incluso un hombre enamorado tiene retornos de orgullo, lo
asalta la agresividad contra el objeto de su amor, porque este amor lo
pone en una posición de incompletud, de dependencia. Por ello puede
desear a mujeres que no ama, para reencontrar la posición viril que él
pone en suspenso cuando ama. Freud llama a este principio la
`degradación de la vida amorosa´ en el hombre: la escisión del amor y
del deseo.
H.W.: ¿Y en las mujeres?
J-A.M.:
Es menos habitual. En el caso más frecuente, hay desdoblamiento del
partenaire masculino. De un lado, está el amante que las hace gozar y
que desean, pero está también el hombre del amor, que está feminizado,
profundamente castrado. Sólo que no es la anatomía la que comanda: hay
mujeres que adoptan una posición masculina, incluso las hay cada vez
más. Un hombre para el amor, en la casa, y hombres para el goce, que se
encuentran en Internet, en la calle, o en el tren…
H.W.: ¿Por qué cada vez más?
J-A.M.:
Los estereotipos socioculturales de la feminidad y de la virilidad
están en plena mutación. Los hombres son invitados a alojar sus
emociones, a amar, a feminizarse. Las mujeres conocen, por el contrario,
un cierto `empuje al hombre´: en nombre de la igualdad jurídica, se ven
conducidas a repetir `yo también´.
Al
mismo tiempo, los homosexuales reivindican los derechos y los símbolos
de los héteros, como el matrimonio y la filiación. De allí que hay una
gran inestabilidad de los roles, una fluidez generalizada del teatro del
amor, que contrasta con la fijeza de antaño.
El amor se vuelve `líquido´, constata el sociólogo Zygmunt Bauman.
Cada
uno es conducido a inventar su propio `estilo de vida´, y a asumir su
modo de gozar y de amar. Los escenarios tradicionales caen en lento
desuso. La presión social para adecuarse a ello no ha desaparecido, pero
es baja.
H.W.: `El amor siempre es recíproco´, decía Lacan. ¿Aún es verdadero en el contexto actual? ¿Qué significa eso?
J-A.M.:
Se repite esta frase sin comprenderla, o se la comprende de través. No
quiere decir que basta con amar a alguien para que él lo ame. Eso sería
absurdo.
Quiere
decir: `Si yo te amo, es que tú eres amable. Soy yo quien ama, pero tú,
tú también estas implicado, puesto que hay en ti algo que hace que te
ame. Es recíproco porque hay un ir y venir: el amor que tengo por ti es
el efecto de retorno de la causa de amor que tú eres para mí. Por lo
tanto, algo tú tienes que ver. Mi amor por ti no es sólo asunto mío,
sino también tuyo. Mi amor dice algo de ti que quizá tú mismo no
conozcas.´
Esto
no asegura en absoluto que al amor de uno responderá el amor del otro:
cuando eso se produce siempre es del orden del milagro, no se puede
calcular por anticipado.
H.W.: No se encuentra a su cada uno o a su cada una por azar. ¿Por qué él? ¿Por qué ella?
J-A.M.:
Existe lo que Freud llama Liebsbedingung, la condición de amor, la
causa del deseo. Es un rasgo particular o un conjunto de rasgos- que
tiene en cada uno una función determinante en la elección amorosa. Esto
escapa totalmente a las neurociencias, porque es propio de cada uno,
tiene que ver con la historia singular e íntima. Rasgos a veces ínfimos
están en juego. Freud, por ejemplo, había señalado como causa del deseo
en uno de sus pacientes ¡un brillo de luz en la nariz de una mujer!
H.W.: Nos es difícil creer en un amor fundado sobre esas naderías.
J-A.M.:
La realidad del inconsciente supera a la ficción. Usted no tiene idea
de todo lo que se funda, en la vida humana, y especialmente en el amor,
en bagatelas, cabezas de alfiler, `divinos detalles´.
Es
verdad que es sobretodo en el macho que encontramos tales causas del
deseo, que son como fetiches cuya presencia es indispensable para
desencadenar el proceso amoroso.
Particularidades
nimias, que recuerdan al padre, la madre, el hermano, la hermana, tal
personaje de la infancia, juegan también su papel en la elección amorosa
de las mujeres.
Pero
la forma femenina del amor es más erotómana que fetichista: quieren ser
amadas, y el interés, el amor que se les manifiesta, o que suponen en
el otro, es a menudo una condición sine qua non para desencadenar su
amor, o al menos su consentimiento. El fenómeno está en la base de la
conquista masculina.
H.W.: ¿Usted no le adjudica ningún papel a los fantasmas?
J-A.M.:
En las mujeres, sean concientes o inconscientes, son determinantes para
la posición de goce, más que para la elección amorosa. Y es a la
inversa para los hombres.
Por
ejemplo, ocurre que una mujer no pueda obtener el goce, digamos el
orgasmo, sino a condición de imaginarse a sí misma durante el acto,
siendo golpeada, o siendo otra mujer, o incluso estando en otra parte,
ausente.
H.W.: ¿Y el fantasma masculino?
J-A.M.:
Está muy en evidencia en el enamoramiento. El ejemplo clásico,
comentado por Lacan, está en la novela de Goethe, la súbita pasión del
joven Werther por Charlotte, en el momento en que la ve por primera vez,
alimentando a un grupo de niños que la rodea.
Aquí es la cualidad maternal de la mujer lo que desencadena el amor.
Otro
ejemplo, tomado de mi práctica, es este: un jefe en la cincuentena
recibe candidatas para un puesto de secretaria. Una joven mujer de 20
años se presenta y le desencadena inmediatamente su fuego.
Se
pregunta lo que le pasó, entra en análisis. Allí descubre el
desencadenante: encontró en ella rasgos que le evocaban lo que él mismo
era a los 20 años, cuando se presentó a su primera solicitud de trabajo.
De algún modo se enamoró de sí mismo.
H.W.: ¡Se tiene la impresión de que somos marionetas!
J-A.M.:
No, entre tal hombre y tal mujer, nada está escrito por anticipado, no
hay brújula, no hay relación preestablecida. Su encuentro no está
programado como el del espermatozoide y el del óvulo; nada que ver
tampoco con los genes.
Los
hombres y las mujeres hablan, viven en un mundo de discurso, es eso lo
que es determinante. Las modalidades del amor son ultrasensibles a la
cultura ambiente. Cada civilización se distingue por el modo en que
estructura su relación entre los sexos.
Ahora,
ocurre que en Occidente, en nuestras sociedades, a la vez liberales,
mercantiles y jurídicas, lo `múltiple´ está en camino de destronar el
`Uno´. El modelo ideal de `gran amor para toda la vida´ cede poco a poco
el terreno ante el speed dating, el speed living y toda una profusión
de escenarios amorosos alternativos, sucesivos, incluso simultáneos.
H.W.: ¿Y el amor en su duración?, ¿en la eternidad?
J-A.M.: Balzac decía: `Toda pasión que no se crea eterna es repugnante´.
¿Pero el vínculo puede mantenerse toda la vida en el registro de la pasión?
Cuanto
más un hombre se consagra a una sola mujer, más ella tiende a tomar
para él una significación maternal: tanto más sublime e intocable cuanto
más amada.
Son
los homosexuales casados lo que desarrollan mejor este culto de la
mujer: Aragon canta su amor por Elsa cuando muere, ¡buen día a los
muchachos! Y cuando una mujer se apega a un solo hombre, lo castra. Por
lo tanto, el camino es estrecho. El mejor destino del amor conyugal es
la amistad, decía en esencia Aristóteles.
H.W.:
El problema, es que los hombres dicen no comprender lo que quieren las
mujeres, y las mujeres, lo que los hombres esperan de ellas…
J-A.M.:
Sí. Lo que es una objeción a la solución aristotélica es que el diálogo
de un sexo con el otro es imposible, suspiraba Lacan. Los enamorados
están de hecho condenados a aprender indefinidamente la lengua del otro,
a tientas, buscando las claves, siempre revocables. El amor, es un
laberinto de malentendidos cuya salida no existe.
Traducción: Silvia Baudini
Entrevista realizada a Jacques- Alain Miller por Hanna Waar para la Psychologies Magazine, octubre 2008, n° 278.